La formación y evolución de los paisajes fortificados en Asturies es un fenómeno aún bastante desconocido y más complejo de lo que imaginamos. No todos los recintos fortificados responden a una misma edilicia ni comparten rasgos arquitectónicos comunes. Tampoco fueron contruidos por un único grupo humano, sino por varios y en distintos momentos. Así, mientras unos cumplían su papel de aldeas o poblados, otros lo hacían con fines militares, algunos actuaban como puntos de control e incluso los había que tenían un marcado carácter simbólico y ceremonial. A continuación, os invitamos a un recorrido introductorio a lo largo de tres largos milenios de enclaves legendarios, desde sus inicios hasta casi nuestros días.
Los orígenes del paisaje fortificado, XI-VIII BC
Según las dataciones de C14 los primeros recintos fortificados que surgieron en lo que hoy es Asturies lo hicieron entre los siglos XI y VIII BC, en el denominado Bronce Final (Villa, 2007:27-31). Eso sí, no deberíamos descartar una antiguedad mayor, al igual que en otras partes de la península ibérica y en el resto de Europa atlántica. Sin embargo, por el momento, no tenemos constancia de ellos.

Acrópolis de Chao Samartín, Grandas de Salime, donde se documentó un recinto primigenio que se interpretó como un espacio ceremonial de finales de la Edad del Bronce. (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2017)
Se han definido estos primitivos castros como el primer poblamiento sedentario estable del sector Cantábrico. Serían levantados por las propias comunidades indígenas que habitaban estas tierras al final de la Edad del Bronce. Y más que poblados fortificados, se ha sugerido una funcionalidad más relacionada con un tipo de recintos ceremoniales o espacios sagrados presididos por una gran cabaña comunal (Villa, 2007:27-31).
Se emplazaban en lugares elevados y sus sistemas defensivos aún eran bastante básicos. Poco más sabemos sobre este fenómeno ya que la información que poseemos aún es muy escasa y se fundamenta en unos pocos ejemplos excavados.
La formación de los castros, Primera Edad del Hierro VIII-IV BC
Con el tiempo, el modelo poblacional de los castros se irá desarrollando y generalizando por todo el territorio asturiano. Las nuevas fortificaciones seguirán ubicándose en lugares elevados y sus recintos serán de mayores dimensiones.

Defensas del Campón de Olivar, en Villaviciosa, ejemplo de un castro con ocupación exclusiva en la Primera Edad del Hierro. (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2019)
La arquitectura defensiva, aunque semejante a la constatada en la fase ceremonial, se incrementará con murallas de lienzo corrido, empalizadas y fosos. Sus estructuras de habitación estarán formadas por pequeñas cabañas de planta circular construidas con materiales perecederos que seguirán mostrando claras reminiscencias con las de la Edad del Bronce (Villa, 2007:31-38).
La consolidación de los castros, Segunda Edad del Hierro IV-I BC

Muralla de módulos de la Campa Torres, Xixón, ejemplo de oppidum de la Segunda Edad del Hierro. (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2010)
A finales del siglo IV BC los recintos tenderán a ser aún de mayor tamaño y se llevarán a cabo importantes remodelaciones internas. Las antiguas cercas de un solo lienzo corrido dejarán paso a otras más monumentales y complejas, las denominadas murallas compartimentadas o de módulos (Villa, 2007:31-38).
Este fenómeno urbanístico se ha interpretado como el resultado de la estratificación social en aristocracias guerreras y los intercambios culturales con el Mediterraneo, el NW y la Meseta. A puertas de la llegada de los romanos, los castros serán el modelo de poblamiento más importante y mejor definido del paisaje asturiano.
Las Guerras Cántabro-Ástures 29-19 BC

Imagen de los trabajos arqueológicos llevados a cabo en 2003 en el campamento romano de El Castil.lu la Carisa. (Foto: FOTOASTURIAS, Consejería de Cultura)
Con la llegada de las legiones romanas y la guerra de conquista aparecerán fortificaciones nunca vistas antes, los recintos campamentales. Por regla general, serán de carácter temporal y presentarán siempre un diseño basado en un patrón común: uno o varios recintos de planta rectangular con esquinas redondeadas y dimensiones que dependerán del contingente militar que alberguen en su interior. Su aparato defensivo estará compuestos básicamente por fosos y terraplenes con empalizadas, siendo características sus entradas en clavicula (Menéndez et alli, 2011:145-165).
En los últimos años su número ha ido aumentando al identificarse nuevos yacimientos a ambos lados de la cordillera cantábrica. Los ejemplos asturianos conocidos por el momento lo han hecho en zonas montañosas y según sus investigadores responderían a la tipología de castra aestiva, con una dimensiones y diseño ligeramente distintos a los canónicos (Menéndez et alli, 2011:145-165).
Los castros romanizados 19 BC-407 AC

Viviendas de planta cuadrangular de clara impronta romana en el Pico San L.luis (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2018)
El panorama inmediatamente posterior a la conquista romana no cambiará excesivamente la forma de vivir indígena ya que se produjo en el momento de máximo esplendor de la denominada cultura de los castros. Sin embargo, con el paso del tiempo y a través de la romanización, las comunidades locales irán entrando en un ámbito económico y comercial nunca visto antes. Esto supondrá una reordenación del poblamiento que cambiará completamente los paisajes fortificados de la Edad del Hierro (Villa, 2007:38-49).
A principios del siglo II AC la mayoría de los castros serán abandonados, pasando este modelo de población autóctono a otro de carácter abierto más acorde con los tiempos como los villas y vicus.
La Tardoantigüedad, de castros a castillos, V-VIII AC

Restos de muralla en el Monte Rodiles, fortificación costera que por los materiales arqueológicos documentados en su entorno se considera tuvo una fase de ocupación tardoantigua (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2014)
Es un período de transición que no podemos considerarlo plenamente romano, pero tampoco medieval, tan sólo una fase de cambio de un sistema a otro. Su punto de arranque lo marcan las invasiones bárbaras del 407 BC seguidas por un período intermedio dominado por los reinos germánicos y su culminación con la irrupción y conquista musulmana de 711.
Debido a la gran inestabilidad generalizada del momento, según algunos investigadores, se producirá una vuelta a los antiguos modelos de hábitat fortificado. Aún se discute si dichas reocupaciones serán de carácter estacional o un fenómeno generalizado, lo que implicaría una continuidad de la vida en los castros. Lo que sí parece claro es que la militarización y ruralización de las élites tardo antiguas dará paso a un nuevo tipo de fortificaciones con una características diferentes (García Álvarez-Busto y Muñiz Lopez, 2010:146-148).
De todas formas, es un fenómeno que en el Cantábrico aún está pendiente de conocerse mejor. Durante los últimos siglos de este período, el estado visigodo promoverá una organización sistemática basada en el control del espacio y la población, dando lugar a nuevos tipos de fortificaciones. Su evolución culminará en una nueva realidad, los castillos de período medieval (Camino, Estrada y Viniegra, 2007:229-256).
La formación de los castillos feudales VIII-X AC

El Picu Alba de Peñaferruz, Xixón, identificado con el castillo medieval de Curiel pero con una fase fundacional que arrancaría en el siglo VII (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2010)
Seguimos con los tiempos compulsos. La irrupción islámica, la desaparición del estado visigodo y el nacimiento de pequeños reinos cristianos como el asturiano traerán consigo nuevos y profundos cambios políticos y sociales. Los monarcas astures, con la ayuda de los herederos de las élites tardoantiguas, construirán una red de fortificaciones desde las que organizarán el territorio y el poblamiento.
Surgirán una serie de centros de poder con una clara función militar y política que, en algunos casos, reaprovecharán las antiguas fortificaciones y en otros, las levantarán de nueva planta. Se repetirán los patrones anteriores, recintos de planta ovalada emplazados en promontorios y defendidos por cercas de piedra o empalizadas, fosos y taludes (García Álvarez-Busto y Muñiz Lopez, 2010:149-161).
Dentro de estas políticas militares debemos también destacar las llamadas defensas lineales, un tipo de fortificación diferente a los recintos fortificados. Levantadas como una barrera fortificada, su objetivo principal era obstruir el paso hacia la Meseta. Los ejemplos documentados en Asturies habría que relacionarlos con la voluntad concreta de las élites locales astures de protegerse frente a incursiones externas (García Álvarez-Busto y Muñiz Lopez, 2010:149-161).
La consolidación de los castillos feudales, XI-XIII

Picu Jana en Valle Baxu Peñamellera. El castillo fue excavado revelando una fase fundacional y ocupacional enmarcable en período altomedieval, entre los siglos XI y XIII (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2017)
Dentro del proceso de expansión hacia el Sur del reino asturleones y sobre la base de la organización territorial anterior, el proceso de feudalización durante estos siglos alcanzará su madurez. Son unos tiempos en los que los grandes linajes aristocráticos pasan a dominar los castillos y sus demarcaciones. Junto a los viejos castillos surgirán otros nuevos, unos en zonas muy abruptas y otros reocupando antiguos enclaves.
Se introducirán nuevas técnicas constructivas y modelos arquitectónicos, produciéndose el definitivo triunfo de la piedra, quedando la madera para estructuras complementarias. Las tipologías variarán, desde los castillos roqueros con recintos de pequeñas dimensiones y sin espacio para la residencia estable de comunidades hasta los castillos señoriales, de mayor complejidad estructural con recintos rectangulares o cuadrangulares presididos por torres residenciales.
Con el devenir del tiempo, el poder de estos grandes magnates será cada vez mayor, dando lugar a numerosas rebeliones contra el monarca. Esto provocará la cesión de muchos de los castillos a la baja nobleza para equilibrar la balanza, apareciendo la figura de los «tenentes» (García Álvarez-Busto y Muñiz Lopez, 2010:161-170).
La decadencia de los castillos feudales, XIII-XV

Castillo de Alesga, en Teverga, fortificación dependiente de la mitra ovetense (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2019)
A lo largo del siglo XIII surgirá por iniciativa regia un nuevo modelo de organización y jerarquización del poblamiento, las «polas» o «pueblas». Este proceso supondrá la privatización y decadencia de muchos castillos al perder las funciones políticas y administrativas que tenían en beneficio de los nuevos núcleos urbanos.
Entrado el siglo XIV sobrevivirán a esta criba las fortificaciones pertenecientes a la mitra ovetense. Se mantendrán como centros recaudadores de las rentas a los campesinos y ejercerán los derechos jurisdiccionales eclisiásticos. Por oto lado, las frecuentes luchas de bandas y linajes familiares dará lugar a un complejo sistema defensivo que aprevechará los viejos castillos roqueros para controlar la población y los caminos.
Ya en el siglo XV y dentro del clima de enfrentamientos endémicos provocados por la anarquía de la nobleza, la gran mayoría de las fortificaciones se abandonarán, siendo incluso algunas derrumbadas por orden real (García Álvarez-Busto y Muñiz Lopez, 2010:170-175).
Recintos fortificados postmedievales, XV-XIX

Batería de La Guía, Ribesella, en 1765 según Plano de Francisco Llobet, Adaro Ruiz, L. (1976): El puerto de Gijón y otros puertos asturianos, tomo I, Gijón, lámina. 37)
Aunque la gran mayoría de los castillos serán destruidos, no desaparecerá completamente el sistema de organización territorial y militar anterior. Perdurarán solo algunos grandes castillos, los gestionados por los señorios episcopales y por los «alcaides» en nombre del rey. Tendrán que adaptar sus elementos defensivos a los nuevos avances que traerá la progresiva introducción de las armas de fuego.
Y es que, con otras guerras y otros tipo de poder también surgirán nuevos tipos de fortificaciones. Se construirán nuevos baluartes, sobre todo en la franja costera, ya que el mar pasará a ser la nueva frontera a defender. No serán centros de gestión territorial ni recaudatoria como los castillos de antaño, solo dispositivos de defensa y, sobretodo, emblemas del poder soberano.
Por influencia italiana las costas se salpicarán de recintos rectangulares defendidos con líneas de troneras para artillería, barbacanas, cercas y fosos circundantes. A finales del XVI e inicios del XVII se les unirán los primeros modelos de fortalezas abaluartadas de influencia francesa. Con plantas de formas más complejas, poligonales, de erizo o puntas de diamante, en muchos casos, reaprovecharán también los solares de los antiguos castros o castillos, reutizando restos y beneficiándose de sus condiciones defensivas (García Álvarez-Busto y Muñiz Lopez, 2010:175-185). .
Las últimas fortificaciones, XIX-XXI

Conjunto de las trincheras de la guerra civil en Guaranga, apenas a dos kilómetros del Arcenorio, Ponga. (Foto: Eduardo Pérez-Fernández © 2011)
La fortificaciones abaluartadas se mantendrán vigentes hasta mediados del siglo XIX. Su desaparición vendrá provocada por la aparición de las pólvoras químicas que con su potencia explosiva e impulsora de proyectiles eclipsarán a la tradicional pólvora negra.
Las nuevas piezas de artillería serán capaces de llevar a kilómetros de distancia los proyectiles y dotarlos de una capacidad de destrucción desconocida hasta el momento. Toda la teoría abaluartada basada en el corto alcance de los antiguos cañones será inservible. A partir de aquí nos encontraremos con los últimos sistemas defensivos, dentro de un período de evolución y perfección tecnológica breve pero a la vez intenso que culminará durante la contienda civil española entre 1936 y 1939 (González Rubial, 2008: 11-19).
En el llamado Frente de Asturias se levantará una tupida línea de fortines inspirados en las obras de campaña utilizadas por primera vez durante la Primera Guerra Mundial. Su tipología será muy variada, adaptándose al terreno para lograr la mínima eficacia.
Muchas de estos fortines, cómo no, también aprovecharán las extraordinarias condiciones defensivas de los antiguos castros y castillos. Pasada la Segunda Guerra Mundial las fortificaciones tal y como venian siendo entendidas desde hacia siglos desaparecerán completamente, quedando de ellas solo sus ruinas y su recuerdo.
Bibliografía
CAMINO MAYOR, J., ESTRADA GARCÍA, R., VINIEGRA PACHECO, Y. (2007) “Un sistema de fortificaciones lineales Astures en la Cordillera Cantábrica a finales del reino visigodo“. Boletín de arqueología medieval, Nº 13, pp. 229-256
GARCÍA ÁLVAREZ-BUSTO, A., MUÑIZ LÓPEZ, I. (2010) Arqueología medieval en Asturias. TREA
GONZÁLEZ RUBIAL, A. (2008): Arqueología de la Guerra Civil Española, Complutum 19 (2), Madrid pp.11-19
MENÉNDEZ BLANCO, A., GONZÁLEZ ÁLVAREZ, D., ÁLVAREZ MARTÍNEZ, V. y JIMÉNEZ CHAPARRO, J. I. (2011): Nuevas evidencias de la presencia militar romana en el extremo occidental de la Cordillera Cantábrica. Gallaecia, 30: 145-165
VILLA VALDÉS, A. (2007) «Mil años de poblados fortificados en Asturias (siglos IX a. C – II d. C) » Astures y romanos: Nuevas perspectivas, Oviedo, Real Instituto de Estudios. pp.27-60.