La decepción puede ser mayúscula si planeas visitar un recinto fortificado. Con un poco de suerte y la cobertera vegetal te lo permite, a duras penas serás capaz de reconocer algunos derrumbes y terraplenes. Es lo único que vas a encontrar, lo único tras siglos de abandono. Y no deberías sorprenderte. En la dramática carrera contra el tiempo, todos, incluidos los recintos fortificados, perderemos la partida. El constante y gradual proceso de desgaste orquestado por la interrelación de agentes humanos y naturales a lo largo del tiempo, ha transformado lo que antaño eran lugares llenos vida en los restos ruinosos que acabas de apreciar. Ahora, mientras te recuperas de la decepción, quizás sea el momento de que te cuente como se puede llegar a esta situación. No empezaré por los daños ocasionados por la mano del hombre, que por desgracia son los más dañinos y nos llevará más tiempo del deseado. Conocerás los ocasionados por la naturaleza, lentos pero inexorables.
Meteorización y erosión

Desfiladero de Peñas Xuntas en Proaza durante un día de lluvia . (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2011)
Pueden parecer lo mismo pero no lo son. Aunque tanto la meteorización como la erosión son dos procesos geológicos naturales, cada uno de ellos actúa de manera distinta.
La meteorización, llamada así porque sus principales aliados son meteoros climáticos, o lo que es lo mismo, las fuerzas de la naturaleza, es el proceso que prepara la roca para su fractura y disgregación en pequeños trozos. Por contra, la erosión se limita a provocar el movimiento, transporta los materiales previamente disgregados por la meteorización. Como podeis ver, mientras una disgrega, la otra mueve.
En ambos casos se necesita de unos agentes que lleven a cabo su trabajo. Son la lluvia, el hielo, el viento y los cambios térmicos y su eficacia dependerá de la frecuencia con la que actúen, las características de los materiales afectados y la topografia del entorno.
La fuerza del agua

Sistema de protección aplicado sobre los muros de pizarra para disminuir la acción erosiva de la lluvia en el Chao Samartín, en Grandas de Salime . (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2017)
De entre todos los agentes ligados al régimen climático el agua es el que actúa con más determinación y potencia. Lo hace principalmente a través de la lluvia, adoptando en su avance la forma de un sutil película superficial que va dispersando lentamente, pero sin tregua, los depósitos que encuentra a su paso ladera abajo. En algunos casos, los más extremos, tras un lavado constante de siglos, puede llegar a quedar solo a la vista el lapiaz y la roca madre.
Picu los Castiellos, en el concejo de Casu (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2008)
Ese mismo agua, cuando ha quedado atrapado entre las grietas y huecos de las estructuras de las antiguas fortificaciones y bajan las temperaturas puede transformarse en hielo, aumentando su volumen. Al derretirse, los huecos dejados previamente serán rellenados de nuevo por el suelo, impidiendo que las piedras vuelvan a su posición inicial.
La repetición de estos ciclos de hielo y deshielo favorecerá la lenta desintegración de muchas estructuras. Donde mejor se pueden apreciar sus estragos es a los pies de las antiguas cercas y murallas, concentrándose allí abundantes derrumbes como resultado de su ruina.
La fuerza del mar
Muchos recintos fortificados se levantaron en primera línea de costa, aprovechando las inmejorables condiciones defensivas del quebrado litoral asturiano. A cambio, tuvieron que sufrir las violentas acometidas de los frentes tormentosos descargando en el cantábrico. El viento, la lluvia y el fuerte oleaje han socavado las pareces de los acantilados, atacando principalmente su base y dejando las rocas superiores a modo de inestables voladizos que terminan por ceder.
El Castiellu de Podes, Gozón, afectado dramáticamente por la acción del mar . (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2019)
La gran mayoría de los yacimientos emplazados en promontorios costeros han sufrido desprendimientos y hundimientos de tierra, reduciéndose su superficie original de una manera espectacular. Un ejemplo de entre muchos otros lo encontramos en el yacimiento conocido como la Punta’l Castiellu en San Martín de Podes, Gozón, que incluso ha tenido su polémico eco en la prensa regional.
La fuerza de la gravedad y la topografía

Pequeño argayo o desprendimiento de una terraza de contención en Naviego, Cangas de Narcea. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2020)
He aquí otros elementos que puede acelerar los procesos erosivos, sobre todo en lugares de marcados contrastes topográficos. Cuando las lluvias son muy intensas, el agua, con la ayuda de la fuerza de la gravedad y las fuertes pendientes, puede llegar a formar tumultuosas crecidas y torrenteras de lodo, llevándolo todo por delante, arrastrando piedras e incluso llegando a provocar desprendimientos y deslizamientos de tierra masivos, los llamados «argayos» en Asturies.
Los canchales y grandes acumulaciones pétreas que nos vamos a encontrar desperdigados por las laderas en muchos yacimientos se deben a este fenómeno. Son los restos de las que fueron antiguas murallas hoy venidas abajo y que frecuentemente ocultan otras obras defensivas dispuestas a cotas inferiores como los fosos.
Materiales de construcción
Los efectos de la meteorización puede ser mayores o menores dependiendo de la dureza de los materiales sobre los que actúan los agentes climáticos. De la arquitectura doméstica, sobre todo en los yacimientos más antiguos que se levantaron con materiales perecederos como la madera y barro, no seremos capaces de apreciar nada en superficie al encontrarse normalmente bajo niveles de sedimentos acumulados o por haber sido arrastrados ladera abajo por la erosión.
Muralla de pizarra del Castelón de Eilao, una de las mejor conservadas en Asturies. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2018)
En otras construcciones más monumentales como murallas o bastiones, la dureza de los materiales de construcción utilizados va a determinar una conservación mejor o peor. El mejor ejemplo lo tenemos en la pizarra. Sus características líticas y morfológicas garantizan que las construcciones levantadas con este material sean más estables y duraderas como bien se puede apreciar en una gran parte de los recintos fortificados del sector occidental asturiano donde son numerosas antiguas murallas que conservan gran parte de su alzado original después de más de dos milenios.
La arenisca también se utilizó como material constructivo en muchos yacimientos. Es un elemento bastante estable y duro, a la par que manejable, sobre todo si lo comparamos con la cuarcita y, sobre todo, con la caliza. En el sector oriental, donde predominan estas últimas y casualmente se manifiestan los mayores contrastes topográficos de la región, la visita a muchos yacimientos confirma unos niveles de conservación mucho peores que los documentados en el resto del territorio provincial.
Meterorización y erosión orgánica
Lienzo de la torre medieval castillo de Tudela cubierta por la vegetación. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2019)
La vegetación también desempeña un papel decisivo ya que puede tanto alterar como proteger. Las raíces de las plantas, penetrando lentamente entre las grietas de los muros de las antiguas construcciones provocan su derrumbe. Un ejemplo muy claro lo podeis apreciar en las fortificaciones medievales, donde los lienzos de las estructuras aún en pie suelen hallarse estrangulados por plantas trepadoras que tarde o temprano, si no se toman las medidas adecuadas, acaban por echarlos abajo.
Pero la frondosa y espesa cubierta vegetal también actua como un eficaz escudo frente a los elementos. Los bosques, el sotomonte o la misma hierba impiden que las gotas de lluvia impacten directamente contra el suelo, absorbiendo el agua a la vez que las raíces lo sujetan evitando su deslizamiento. Esa cobertera vegetal que cubre completamente muchos yacimientos e impide su visita y reconocimiento, también hace una labor de preservación, en algunos casos, mayor que las normas y leyes encargadas de proteger el patrimonio.
Estado actual después de siglos de erosión
Como comentabamos al principio, nada queda. De las monumentales murallas de los antiguos recintos fortificados solo derrumbes y, con un poco de suerte, los cimientos de sus paramentos. Peor aún puede ser en el caso de los fosos y contrafosos. De los primeros, debido a su parcial o completa colmatación, apenas se nos mostrarán como unas depresiones de formas suaves o pequeñas trincheras. Los segundos, no serán más que terraplenes o terrazas escalonadas. Solamente serán reconocibles los enormes fosos monumentales o los que fueron abiertos mediante técnicas hidráulicas debidas a la minería antigua.
Derrumbes de la muralla del Cuetu Chicu, Onís. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2015)
En los espacios intramuros, ni huella de las arquitecturas domésticas ni de las actividades llevadas a cabo por sus moradores; tan solo y con un poco de suerte, escorias, restos de manteado de arcilla, mortero y algún fragmento cerámico.
Pero este escenario no es tan desolador como parece. Tanto los depósitos que se han ido acumulando durante el paso del tiempo como la frondosa cobertera vegetal actúan como una cápsula del tiempo. En muchos casos consiguiendo frenar los procesos erosivos, permitiendo un relativo equilibrio y conservación de las antiguas estructuras.
Por desgracia, no podemos decir lo mismo de la erosión causada por la mano del hombre que ha provocado más daños en apenas un siglo que la naturaleza en más de dos milenios. Pero esa, es otra historia…