Los efectos de la meteorización y la erosión natural en nuestro patrimonio fortificado nunca han sido tan dramáticos y determinantes como los provocados por la mano del hombre. La expansión agrícola, las actividades ilegales de los expoliadores y sobre todo los acelerados procesos de urbanización, industrialización y crecimiento demográfico que se han venido produciendo durante el último siglo y medio se han traducido en un sin fin de alteraciones y daños que, en algunos casos, han provocado la desaparición de muchos yacimientos. A continuación, conoceremos los principales elementos destructivos provocados por la mano del hombre.
Reformas y reutilizaciones
Muralla de módulos de la Segunda Edad del Hierro que sustituyó a la antigua cerca de la Primera Edad del Hierro, en el Chao Samartín, Castro, Grandas de Salime. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2017)
Las primeras transformaciones que sufrieron los recintos fortificados fueron las llevadas a cabo por sus propios moradores cuando aún vivían en ellos.
El crecimiento de un poblado y la consiguiente falta de espacio intramuros obligaba a sus habitantes a llevar a cabo diversas ampliaciones. Esto suponía una serie de obras que amortizaban y sustituían muchos elementos originarios por otros nuevos. Un ejemplo serían las murallas de lienzo continuo que durante la transición de la Primera a la Segunda Edad del Hierro fueron sustituidas por otras más sofisticadas y monumentales, las denominadas como compartimentadas o de módulos.

Los aprovechamientos de antiguas fortificaciones fueron comunes durante la Guerra Civil, en la imagen detalle de trinchera en el recinto de Ordiyón, Cerecea, Piloña. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2008)
Pasado el tiempo y cuando las fortificaciones ya estaban deshabitadas algunas fueron reocupadas, aprovechando sus extraordinarias condiciones estratégicas. Así sobre el solar de las antiguas, se erigieron otras de nueva planta. El ejemplo más reciente en el tiempo lo encontramos en los abundantes complejos de trincheras de la contienda nacional, muchos de ellos asentados sobre antiguos castros o castillos.
Expolio arqueológico
Pozo de saqueo en los derrumbes de la muralla del Cuetu Chicu, Bobia, Onís. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2008)
La tradición oral se ha encargado de envolver en un halo de misterio nuestro patrimonio fortificado a través de historias de tesoros ocultos que alimentaban la imaginación del pueblo y de paso atraían a los ayalgueros o chalgeiros, que es como se conocían en Asturies los buscadores de tesoros. La existencia de socavones informes, grandes pozos de saqueo y potentes remociones de tierra en los sectores más visibles de los antiguos poblados son las huellas visibles de su paso.
Hoy, a los ayalgueros se les llama «piteros», están a la última moda tecnológica y desgraciadamente se han profesionalizado. Recorren la geografía española, algunas veces hasta en cuadrillas, con el último modelo de detector de metales, saqueando selectivamente todo el patrimonio arqueológico que pueden. Aunque dichas agresiones pueden parecen puntuales y no implican grandes movimientos de tierra, aparte de ilegales, son extremadamente dañinas y negativas al perturbar los contextos arqueológicos.
Alteraciones agropecuarias
La explotación agropecuaria modificó muchos recintos fortificados como este de Monte Oscuro, sobre Mestas de Con, Cangues d’Onís. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2015)
Desde tiempos inmemorables nuestros antepasados fueron moldeando y modificando profundamente el paisaje, siempre a la búsqueda de las mejores tierras para el ganado y la agricultura. Un esfuerzo generacional que ha ido trasformando el paisaje gradualmente.
Un fenómeno que también ha afectado el espacio ocupado por antiguos castros y castillos. Las fortificaciones que se habían erigido en agrestes picachos, a parte de la reutilización de sus derrumbes como material constructivo, apenas sirvieron para usos forestales y ocasionalmente como lugar de pasto.
Por contra, las ubicadas en espacios más accesibles, como son los castros costeros, sufrieron numerosas obras de acondicionamiento para nivelar el terreno y favorecer el laboreo. El resultado supuso la explanación y el desmonte parcial de gran parte de sus elementos defensivos.

El Cercu la Barquerona, Villaviciosa, es el típico ejemplo de yacimiento fortificado completamente cubierto por una plantación de eucaliptos en el sector costero oriental. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2017)
Un problema más reciente es el ocasionado por las explotaciones madereras de pinos y, sobre todo en el sector costero, de eucaliptos. Los trabajos forestales, que normalmente implican la abertura de pistas de acceso, el uso de maquinaria pesada para la ejecución de bancales y la tala de extensas masas de árboles, han provocado el desmonte y aplanamiento de muchas estructuras defensivas. A veces, el hecho de que dichas repoblaciones se lleven a cabo con variedades híbridas de última generación que enraízan y medran más rápido ha adelantado y acelerando estos procesos destructivos.
La Coroña el Castro, en el linde de los concejos de Piloña, Nava y Cabranes. El yacimiento atravesado por un cortafuego en los años 80 del pasado siglo. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2019)
Por último y en relación con las actividades pecuarias tenemos que referirnos al tradicional sistema de quemas periódicas de monte bajo o «rozas». Los numerosos incendios forestales que han venido asolando la geografía cantábrica han ocasionado el paulatino deterioro de la capa superior del suelo, exponiéndola al arrastre por el agua y el viento. Incluso, medidas preventivas como los cortafuegos no es la primera vez que acaban provocando unos daños mayores que los ocasionados por el fuego. Su apertura, cuando se realiza con maquinaria pesada, ha dejado profundas cicatrices, pasando por encima de muchos de ellos y arrasando sus defensas y recintos.
Infraestructuras y construcción
La civilización y el progreso han dejado una profunda huella difícil de borrar, dañando muchos yacimientos y eliminando las evidencias del pasado mediante intensos procesos urbanísticos e industriales. El ritmo de crecimiento acelerado, tanto económico como demográfico, que ha sufrido el sector central asturiano, así como la ignorancia, la negligencia y algunas veces la permisividad frente a ciertas prácticas clientelares han repercutido en esta dramática situación. No solo aquí, también en las zonas circundantes, donde el desplazamiento poblacional, aun siendo el ritmo en los cambios del paisaje relativamente más lento, también ha traído consigo la expansión de desarrollos habitacionales acelerados.
El Cercu de la Pumará, Llaviana. Una antena de telecomunicaciones y una pista de acceso han afectado el recinto y parte de las defensas del yacimiento. (Imagen: Eduardo Pérez-Fernández © 2019)
El resultado es la construcción de numerosas obras de infraestructuras dirigidas a proveer de servicios a los nuevos núcleos poblacionales. Depósitos de agua, torres de suministro eléctrico, turbinas eólicas, antenas o repetidores de telefonía, televisión y radio es bastante frecuente que coronen muchos yacimientos. Todo ello ha supuesto grandes explanaciones, desmontes y vertidos de rellenos para nivelar la superficie que evidentemente han dañado seriamente la fisonomía de muchos recintos fortificados. En otros casos, son las infraestructuras viarias como carreteras o vías de tren las que han atravesado por la mitad algunos enclaves.

El Cantu San Pedro, en Llanera. El yacimiento ha sido urbanizado parcialmente, atravesado por la vía del tren y más recientemente afectado por la construcción de una carretera. (Imagen: DigitalGlobe Microsoft © 2019)
Sin embargo, los daños más relevantes son los ocasionados por los procesos urbanísticos habitacionales; el despeje y desmonte de la cima de muchos cerros donde se erigían antiguas fortificaciones con maquinaria pesada para la construcción de viviendas particulares se ha llevado por delante los niveles arqueológicos de muchos de ellos.
Minas y canteras
Y al final de este recorrido los elementos de alteración más agresivos de todos. La apertura de este tipo de explotaciones, sobre todo las de cielo abierto, y frentes de extracción conlleva tal cantidad de movimiento de tierras que, además de llevarse la cubierta vegetal por delante y provocar el consiguiente impacto visual y paisajístico, destruyen completamente los niveles arqueológicos de las unidades morfológicas donde se emplazan los recintos fortificados. No solo hablamos de la acción de los frentes extractivos, también debemos referirnos al complejo de pistas de acceso a las mismas explotaciones, así como las colmataciones y rellenos provocadas por escombreras resultantes.

Frente de cantera en el Castiellu de Llagú, en Uviéu, completamente destruido en 2005. (Foto: Google Maps 2020)
En Asturies tenemos algunos ejemplos que han compartido desgraciadamente el mismo final, su completa destrucción. Un caso paradigmático, también por lo mediático que fue en su momento, es el que sufrió el castro de Llagú, en Uviéu. El yacimiento, con el consentimiento de una resolución administrativa, fue desmantelado y destruido por completo en 2005 por una cantera. Aunque eso sí, previamente fue excavado completamente y estudiado, una amarga suerte que por desgracia no corrieron otros yacimientos, que desaparecieron irremediablemente con toda la información arqueológica que portaban y que nunca más podrá ser recuperada.
Actualmente son varios los yacimientos amenazados por canteras y minas, sobre todo en el sector centro-occidental. Su inclusión en el IPCA y los Catálogos Urbanísticos locales, por el momento, están garantizando su protección, pero no sabemos por cuanto tiempo.